El pintor inicia su trayecto pictórico bajo techado enfermizo, condición que le remite a los pagos de la contemplación para los restos.
Hijo directo de la guerra fraticida, espantado por los bombadeos, los miedos y las miserias materiales y morales, en una sociedad deprimida que no estaba por la labor de las elevaciones del espíritu y mucho menos para pregones vanguardistas, el niño Fernando Peiró ha podido jugar muy poco pero en la pintura, que ha hallado como fuerza vocacional desde su enfermedad cardíaca (1945) ha encontrado un margen desde el cual recuperar las expansiones del juego.
Jugará para siempre, resarciéndose de las privaciones circunstanciales de los días de miseria moral y vuelo rasante para el pensamiento humanista. Jugará con la seriedad que juegan los niños que, inseridos en la elipsis del juego, no son conscientes de que juegan y se aplican en la actividad con los cinco sentidos implicados e indiscutible gravedad.
Josep Igual