Fernando Peiró Coronado se había mudado con su familia a Benicarló (Castellón) en 1941, siendo todavía un niño de nueve años. Su padre se trasladaría a esta población como secretario de Juzgado con motivo de un ascenso profesional. Los recuerdos de su infancia en Alaquàs se reducen a una serie de imágenes tristes, como las de muchos otros niños, cuyo destino hizo coincidir su niñez con la Guerra Civil Española. Sobre este lejano período nos comenta: «Lo que recuerdo son desastres, fue una infancia de sobresaltos, de bombardeos e intranquilidad…, yo no sabía lo que era jugar cuando era niño». A los trece años tuvo una enfermedad de corazón y como consecuencia de ella no pudo desarrollar actividades físicamente duras. El interés por la pintura fue algo casi innato que, además, era compatible plenamente con las limitaciones de su corazón.

De niño contemplaba con atención a un vecino suyo de Benicarló que era sastre y pintor. Este personaje, llamado José Altabella, era un ferviente paisajista, seguidor de Porcar. El contacto con él fue un gran estímulo que le animó a seguir el mismo camino.
Salían juntos al campo, provistos de pinceles y pinturas, para representar motivos de la naturaleza. También fue un aliento para él la figura del ilustrador Vicente Roso, con quien estuvo dibujando. Algo alejado de la capital provincial y de los núcleos catalanes, su aprendizaje autodidacta fue más dificultoso y tuvo que ir descubriendo el mundo de la modernidad por sí solo, sin demasiados apoyos. Peiró Coronado empieza a pintar en 1945, con apenas trece años de edad, tras la convalecencia de su enfermedad, asumiendo paulatinamente algunos de los ismos propios de las vanguardias históricas. En una entrevista publicada en la prensa, señalaba: «»Mi pintura, estimo, puede considerarse consecuencia de los movimientos artísticos contemporáneos, diríase de las llamadas vanguardias históricas». En este contexto irá descubriendo su camino personal hasta configurar un lenguaje propio que presenta la oportuna evolución a lo largo del tiempo. Su temperamento extrovertido y sociable, dado siempre a colaborar en cualquier actividad cultural que se le solicite, se enriquece con el hábitat de una ciudad marinera como Benicarló, situada a orillas del Mediterráneo, cuyo color, luminosidad y presencia continua de paisajes con amplios horizontes tendrá los oportunos reflejos en sus cuadros. Con motivo de una exposición de pintura en Benicarló de 1988, comentaba sobre las influencias de su tierra de adopción en su obra:«La horizontalidad azul del mar, las suaves ondulaciones de las montañas verdes… la nostalgia, los amarillos… y mezclados, las interminables sensaciones con ricos matices».Podemos decir que su aprendizaje goza de un gran talante autodidacta. Cursa estudios reglados en los Hermanos de las Escuelas Cristianas, congregación religiosa creada por el sacerdote francés San Juan Bautista de la Salle en el siglo XVII. Por aquellos años, trabó amistad con algunos noveles aprendices de artista, con los que más tarde coincidiría en varias exposiciones en Benicarló. Es el caso de Miguel García Lisón, Carmen Jovaní, José María Fibla, Aurelio Urquizu, etc. El carácter autodidacta de su formación le ha dotado de una gran espontaneidad en la confección de las obras. La creación plástica es fruto de su forma de ver y sentir las cosas, con una buena dosis de experimentación de los procedimientos expresivos de la pintura. La lejanía de las instituciones dedicadas al aprendizaje de las Bellas Artes no le permitió seguir los cursos reglados. Sin haber pasado por los artificios y recetas propios de las Escuelas de Bellas Artes, ha podido enfrentarse al lienzo en blanco con un gran carácter de inmediatez, descubriendo los secretos compositivos y expresivos, gracias a las dotes personales –innatas– para el dibujo. Su formación se ha hecho de ver, leer y experimentar, aprendiendo en vivo y en directo de los grandes maestros del arte, cuyas semillas encontramos presentes en sus primeras obras y han sido los peldaños que le han permitido construir su propio camino. En este proceso de búsqueda de su itinerario personal, Peiró Coronado se encamina inicialmente por la senda del Postimpresionismo. Algunas obras conservadas de mediados de los años cincuenta nos muestran su interés y admiración por la pintura de Paul Cézanne, en su búsqueda de la forma y el color. Trabaja en el ámbito del paisaje, la naturaleza muerta y la figura humana principalmente. Aquí están ya prácticamente presentes los grandes géneros artísticos que va a mantener en el futuro, aunque con talantes bien diferentes. Se interesa fundamentalmente por los aspectos tectónicos de la imagen, buscando otorgar protagonismo a la tridimensionalidad del cuadro. Nos aparece ya como un artista mediterráneo, cuyas obras respiran luz y color. Rojos y amarillos encendidos, blancos luminosos anidan en estas primeras obras, donde la tentación sorollista –tan habitual en los artistas de su generación– está completamente superada. Estas primeras producciones le permiten un ejercicio muy suelto de la pincelada, casi gestual, procedimiento de trabajo que también conservará en el futuro. No obstante, este tratamiento libre se halla siempre sometido a un orden formal superior que preside toda la composición. Especialmente se sirve de esta dicción para insistir en los efectos de la luz que consigue reflejar sobre las paredes de sus callejas o la superficie de los objetos con la ayuda de amplios brochazos. Gusta de las vistas frontales y centradas, donde dominan las verticales y horizontales que acentúan la arquitectura y estructuran todo el espacio pictórico en planos superpuestos. A pesar de este gusto por la pincelada suelta,
todo el conjunto está presidido por un riguroso orden geométrico en la composición, formado por planos superpuestos que otorgan profundidad a la obra. Este interés por la geometría renacerá años más tarde bajo la égida de la abstracción. A través de estas incipientes obras, Peiró Coronado nos sumerge en su mundo inmediato. Los objetos de la vida cotidiana, los paisajes del ambiente mediterráneo, con sus calles y casas antiguas. Es todo un mundo que le resulta familiar y por el que ha discurrido su vida desde la llegada a Benicarló. Precisamente, su primera exposición individual en el Hotel Avenida de Benicarló (julio de 1955) estuvo dedicada a este mundo del paisaje, con ambientaciones en la vecina Peñíscola, Rosas o la Albufera de Valencia. El comentarista de la obra señalaba en el texto de presentación del catálogo:«En sus realistas «Peñíscolas» dentro de la grandeza del modelo, ha sabido captar el volumen, la distancia y toda la espléndida gama mediterránea de color y luz, en unas composiciones de suma serenidad. En sus «calles», rebosantes de tipismo local, se dan cita la luz y el espacio dentro de delicados matices. Ha logrado lo más importante, reflejar la esencia, el espíritu de la realidad que ve».En la segunda mitad de los cincuenta, bucea en algunas de las vanguardias históricas de principios del siglo XX. El Expresionismo se adapta bien a su visión de la época y es por ello que se vale de los recursos cromáticos y compositivos expresionistas para transmitirnos su visión de una sociedad aquejada por las penurias y desencantos propios de la España de los años cincuenta. No es un fenómeno aislado. Otros artistas valencianos también desarrollaron una etapa de ciertas «tristezas» que conecta bien con el sentimiento generalizado de la sociedad del momento. El punto de partida de estas obras está en la figura de Bernard Buffet (1928-1999), artista francés nacido en París, cuyas pinturas y grabados están dotadas de un fuerte linealismo y expresan un sentimiento de ansiedad y angustia que ha sido relacionado con todo el movimiento filosófico-literario del Existencialismo. Su obra alcanzó un cierto renombre tras la Segunda Guerra Mundial e incluso fue reconocido con el Premio de la Crítica de París en 1948, al conseguir conectar con las preocupaciones y desasosiegos de la sociedad francesa de posguerra. Se interesó por los temas trágicos, algunos tomados de la Pasión de Cristo, que representó con un dibujo anguloso y colores apagados, el mismo talante que emplearía Peiró Coronado, aunque en nuestro autor prevalezca la mancha sobre la línea. Los personajes representados en estas obras no hacen otra cosa que traslucir las zozobras que Peiró Coronado debía percibir en el seno de su familia y personas allegadas, y que afectaban a una buena parte de la sociedad española de esos años. No busca la generalización abstracta sobre este período duro de la posguerra española, sino que ambienta su visión en el mundo cotidiano y cercano que le rodea, dotando a sus personajes de una gran melancolía y sufrimiento contenido.
Este ver, sentir y reflejar lo inmediato va a ser una constante a lo largo de toda su trayectoria pictórica. Junto al talante buffetiano, encontramos también los perfiles bien marcados en negro de Georges Rouault, las figuras aisladas en la línea de los retratos de Amedeo Modigliani, la amargura del período azul de Pablo Ruiz Picasso o las influencias geometrizantes del arte negro africano, llegadas a través del Cubismo, con los ojos almendrados y la nariz triangular, etc. Son elementos que se van sumando al quehacer pictórico de este joven Peiró Coronado que va descubriendo en las vanguardias históricas de principios de siglo una veta inagotable de posibilidades expresivas que se adecuan a sus intereses y preocupaciones pictóricas. Dominan los colores terrosos, oscuros, y una luz apagada invade las pinturas como queriendo evocar la oscuridad de la España del momento. En algunas obras, amasa los pigmentos con arena de la playa para densificar el óleo y conseguir superficies más ásperas que consigan vigorizar la imagen de dureza de las composiciones que se quiere transmitir, con la idea de reforzar los aspectos trágicos de sus contenidos. Este procedimiento, que ahora se emplea con la intención de acentuar los valores iconográficos de la imagen, se recuperará en el futuro con un sentido más puramente plástico. También recurre a un proceso de deformación y desproporción de la imagen que se hace más explícito en las partes corporales de manos y rostros, precisamente las zonas más expresivas del ser humano. El tratamiento duro del rostro, con perfiles tan marcados en negro y la tendencia a la estilización coadyuvan en la intención de ir tejiendo un ambiente de tragedia que invade a estos anónimos personajes, víctimas de las circunstancias del momento. Estos recursos estilísticos concitan la mirada del espectador hacia dichas áreas de la obra y consiguen, con ello, acentuar el carácter dramático que preside toda la composición. Estas obras evocan la progresiva madurez humana de nuestro pintor y una mayor consonancia con la realidad y los problemas de la sociedad del momento. Los mismos títulos de las obras: Posguerra (1958), Un despertar más (1959), El oficio de vivir (1959), etc. nos indican los contenidos temáticos. Peiró Coronado refleja un ambiente de penuria y falta de horizontes, que tiene sus oportunos paralelismos en la literatura española de esa misma época. Pensemos, por ejemplo, en el novelista español Luis Martín Santos (1924-1964), que con su novela Tiempo de silencio (1962) inicia la renovación de la novela social española de la década de los sesenta. Los personajes aislados y ensimismados, en primeros planos, de triste semblante, situados en espacios casi vacíos de formas muy simples, conseguidos con la ayuda de la espátula parecen transmitir una especie de conformismo vital con la situación que les ha tocado vivir. Su existencia se halla marcada por la rutina y la falta de horizontes en un contexto donde los mínimos vitales no están asegurados. A sus veintitantos años, Peiró Coronado debió vivir esta situación con un alto grado de conciencia que le hace sustituir los ambientes amables de los paisajes juveniles anteriores por unas visiones mucho más cercanas a la realidad del momento sobre las cuales vierte toda su inquietud interior, intentando reflejar el sufrimiento de las gentes de su entorno. Manuel Capel Margarito supo captar este cambio de rumbo de nuestro artista y así lo expresó con motivo de la presentación del catálogo de una nuestra individual celebrada en la Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén, en diciembre de 1961: «Peiró Coronado llega al hombre, que es su naturaleza-modelo, por dos itinerarios distintos: por vía afectiva y advierte entonces lo que hay de sinceridad y drama en sus prójimos, a los que tratará con respeto casi religioso –«Posguerra»– o por el camino intelectual y es cuando señala cuanto hay de mezquino y trivial en lo humano, sin que pueda contener una mueca de ironía» . Es curioso cómo entre estas obras encontramos algún tema religioso, iconografía que no va ser especialmente trabajada por nuestro pintor en el futuro. Quizá se produce una ósmosis o sintonía entre el Jesús hombre, varón de dolores, y los españoles del momento, con la ayuda de una pincelada ascendente y espiritualizada. Aunque la aportación es escasa, estas obras constituyen un intento de renovación del arte cristiano, anclado, desde hacía muchos años, en postulados academicistas vinculados a la tradición anterior. Tras estos personajes, tomados de la España de los años cincuenta, se esconde un cierto talante existencialista. Peiró Coronado se empieza a interesar en esta época por el Existencialismo, movimiento que en la Europa posterior a la
Segunda Guerra Mundial, vivió un florecimiento importante. En períodos posteriores las influencias de esta corriente filosófico-literaria serán todavía mayores. Le atrae particularmente el pensamiento de Sören Kierkegaard, que criticó el sistemático método de filosofía racional defendido por el alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel y recalcó lo absurdo inherente en la vida humana. En sus obras, explicó que cada individuo debía intentar realizar un examen profundo de su propia existencia. La década de los años sesenta se inaugura con lo que podríamos considerar un nuevo estadio en esta búsqueda de la propia identidad creativa. Atrás quedan las obras de talante más expresionista. Nuestro pintor se encamina hacia una reflexión más optimista sobre la vida. El Peiró Coronado alegre, extrovertido y de talante comunicativo parece recuperar protagonismo en sus obras, con un lenguaje más amable e intimista. Estos cambios son fruto de una situación social de la España del momento más halagüeña, cuando las privaciones de posguerra van despareciendo y la sociedad mediterránea, en la que vive nuestro autor, recupera su ritmo vital característico. En esta misma década,conoció a Keith Patterson, con el que trabó una entrañable amistad. De él aprendería la técnica de mezclar pigmentos con látex. Llegó a sentir por Patterson una gran admiración como pintor, en virtud de su sensibilidad y humanidad.
Las influencias del Fauvismo y del Cubismo están presentes en está búsqueda de la realidad que Peiró Coronado intenta representar en sus cuadros, especialmente la obra de Henri Matisse y Juan Gris. Se observa una evolución hacia la bidimensionalidad y el enriquecimiento de la gama cromática. Emplea composiciones muy sencillas constituidas a partir de bloques de color. Esta tendencia llevará al empleo de superficies planas de pigmento, sin excesivo modelado ni claroscuro, que configuran campos cromáticos de racional geometría, con una pérdida muy notoria del sentido de la perspectiva tradicional y la reducción del ámbito pictórico a un espacio sin profundidad. Algún collage de papel nos indica el conocimiento que el artista tiene de Picasso y su deseo de enriquecer la representación plástica con elementos tradicionalmente ajenos al mundo de la pintura. El bodegón es uno de los géneros preferidos a lo largo de toda la década de los sesenta. Se presta adecuadamente a una transposición de su vida doméstica al lienzo, al tiempo que le ayuda en la investigación de la forma y el color. Nuestro pintor evoca, en este tipo de obras, la percepción intimista del mundo inmediato que le rodea, dotada de un lirismo acentuado que le permite sublimar la realidad habitual y convertirla en obra de arte. Alguno de los primeros bodegones mantiene vivo el espíritu expresionista de las obras anteriores, con los tonos terrosos, pigmentos densificados con arena, hieratismo, perfiles bien marcados, etc. Peiró Coronado parece transmitir a los objetos el mismo dramatismo que observábamos en los seres humanos. La vivacidad de los ojos de los peces, la presencia de los desproporcionados y amenazantes tenedores, el vacío existente alrededor de los objetos, etc. son elementos que van creando alrededor del tema el mismo desasosiego y zozobra que percibíamos en las obras con figuras humanas. Al doblar los sesenta, el tono dramático de los elementos representados en los bodegones se torna en fruición gozosa. El pincel le permite un deleite en los objetos cotidianos con los que ha convivido durante años: las frutas, los cacharros de la cocina, la vajilla. En alguno de ellos, observamos el interés por los efectos táctiles, al trabajar las superficies de los objetos con densidad, mostrando los resultados de una cocina depurada en el tratamiento matérico de los pigmentos. Estas obras constituyen puntos de partida para la investigación de todo tipo de equilibrios formales y cromáticos en el espacio, donde Braque y Matisse se dan la mano. Al mismo tiempo, se pretende la representación de este mundo cotidiano, cargado de experiencias asociadas de talante afectivo. De este modo, llega a humanizar estos objetos banales y convertirlos en protagonistas, con toda la carga personal que el autor les infunde. Él mismo, con motivo de una exposición escribía en el catálogo al respecto:«Mis cuadros son pensamientos. No hay en ellos grandes escenas narrativas. La línea, la matización en el color, son el fluir de mis sentimientos, la emoción viva, que a veces es el sufrimiento ajeno o las caricias de un simple cacharro de cocina».En alguno de los últimos bodegones aparece el tema de la ventana, elemento situado como fondo de la composición. Todavía parece ser un recurso más para el tratamiento del espacio en profundidad y un mecanismo para inyectar luz y color a toda la composición. No obstante, la ventana, en manos de nuestro pintor, va adquiriendo un talante más trascendente que supera la inmediatez material del objeto en sí y se convierte en una reflexión sobre el espacio y el tiempo. Es una ventana abierta hacia no se sabe dónde, que incorpora nuevos horizontes metafísicos a la obra y cuyo punto de partida reside en la misma ventana de su estudio de Benicarló desde la que se contempla el mundo. Con todo, estamos todavía en una primera fase de este elemento tan característico de su iconografía que irá tomando cuerpo con el tiempo hasta convertirse en el punto de encuentro y acceso a una nueva dimensión. Todavía pervive, en estos años sesenta, algún rastro del dramatismo expresionista,
vinculado especialmente a la temática taurina y al militarismo, aunque trabajados con una buena dosis de ironía. El mundo del toreo se aborda con este gusto por los colores cálidos, la tendencia a la geometría y los contornos bien marcados en negro para evocar el enfrentamiento del hombre con el peligro que representa el toro. La figura del torero, con un tratamiento frontalista muy evidente, asume un matiz irónico del hombre que se juega la vida por dinero. En conexión con toda la temática de posguerra existe aquí un interés por evocar la dureza, el riesgo y la tragedia de la vida. El militarismo es una materia que fue objeto de análisis por parte de una serie de grupos y artistas en la década de los años sesenta, especialmente el Grupo Crónica o figuras como Juan Genovés. Forma parte de la España franquista y de sus métodos de control social. En estos artistas, pertenecientes al Realismo Social del momento, la pintura asume un papel de crítica social y lucha ideológica contra los cimientos de un régimen político antidemocrático y represor. La producción que Peiró Coronado desarrolló en esta dirección es escasa y se limita a un par de obras. El tratamiento que hace del militarismo queda bastante alejado de los planteamientos del Realismo Social de los años sesenta. El punto de partida hay que buscarlo en la obra del pintor francés Marcel Gromaire (Noyelles-sur-Sambre, 1892-París, 1971), tanto a nivel plástico como temático. Gromaire, discípulo de Matisse, entró en contacto con esta temática durante la Primera Guerra Mundial, donde desempeñó servicios para el ejército francés. De este autor le interesó especialmente el tono de ironía que aparece en sus obras. Con estos ingredientes desarrolla algunas composiciones un tanto desconcertantes, donde el afán destructivo de los militares, armados y convertidos en máquinas de destrucción, parece dirigirse a extraños y misteriosos seres de apariencia humana y animal. Es una crítica amplia y genérica a la guerra que aniquila todo, no sólo seres humanos, sino también valores y todos los misterios de la vida, con ese afán de destrucción ciega.
Su tendencia a buscar en la esfera de lo privado y a expresar contenidos subjetivos y personales pudo más que un tipo de obra de carácter sociopolítico y por ello, nuestro artista, no se encaminó por la senda de este Realismo Social que tuvo una resonancia importante en el ámbito valenciano durante los últimos tiempos del Franquismo. Como señala Wenceslao Rambla, «Nulla Aesthetica sine Ethica» es un postulado que no se puede aplicar a las obras de esta temática:«no tuvo su epígono en los trabajos de Peiró de estos años, los cuales tuvieron paradójicamente, una carácter marcadamente introspectivo e intimista, siendo el personaje principal quien se autointerroga frente a lo que pasaba en su entorno: extrañándose, buscando respuestas, generando preguntas. De manera que la famosa máxima de aquella época «Nulla Aesthetica sine Ethica» no fue posible aplicarla, en tal estricto sentido, a esas obras».Llegados a este punto de la evolución estética de Peiró Coronado, estamos ante un camino de ida sin retorno, donde la sensibilidad de nuestro pintor va cobrando conciencia de su personalidad y el deseo de configurar un lenguaje propio más allá de las aportaciones que las vanguardias históricas le han procurado en un primer momento. Peiró Coronado ha ido cubriendo toda una serie de etapas cuyas influencias y hallazgos se van sedimentando en su sensibilidad hasta cristalizar en unas formas de expresión particulares que seguirán su proceso evolutivo. En este camino, en la década de los sesenta, trabó amistad con el poeta José Antonio Labordeta y con su hermano Miguel, amigos comunes de Fernando Ferreró, catedrático de lengua y literatura, hombre singular, polifacético, poeta, escultor, pintor. Coincidían en la tertulia del café Nike de Zaragoza, último reducto de la resistencia cultural de la ciudad. De esta amistad surgiría una relación artística que iba a durar varios años. Labordeta viajó en distintas ocasiones a Benicarló y tuvo largas conversaciones con nuestro artista en su estudio para luego poder componer poemas. La colaboración con Labordeta llegaría a ser muy fructífera, porque el poeta redactaría varios textos para la presentación de sus catálogos y pondría letra a algunas de sus pinturas, es decir se inspiraría en varias obras de Peiró Coronado para escribir poemas. El pintor ilustraría luego estos poemas con signos y grafismos diversos, buscando dar forma visual al texto del poeta y obteniendo un resultado plástico que podemos situar dentro del campo de la poesía visual. Las pinturas se expusieron en ciudades como Barcelona, Zaragoza, Castellón o Madrid asociadas a los poemas compuestos al efecto e ilustrados por nuestro artista. En la sala de exposiciones se podía apreciar claramente la relación dialéctica entre lírica y plástica, pues cuadros y poemas, asociados en el lugar, miraban en una misma dirección y desarrollaban un juego de interacciones mutuas muy enriquecedor para el espectador. Los resultados fueron muy interesantes, pues, como señala Wenceslao Rambla sobre esta colaboración:«El lirismo imaginario –que como extraño e invisible «ser» pulula por los espacios o emana, en platónica evocación, de aquéllos– encuentra su trasposición en la letra, musicalidad y ritmo de los poemas de Labordeta. Muestra de poesía visual que contemplamos gustosamente tanto en sus facies pictórica, como en su recitación […] Poesía visual entre la figura, el signo y el gesto, en los cuadros; entre la figura, el signo y el gesto en su traducción escriturística, cuya metamorfosis de sígnica caligrafía sugiere una figuración alfabética de gestos y rúbricas ascendentes y descendentes –suaves y ásperas como la vida misma allí transcrita– sobrevolando hacia y por cualquier punto del espacio, otorgado a dicha comunión entre las formas provenientes del poeta y la poesía plasmada por los pinceles del pintor».José Hierro hacía hincapié en el interés que presentaba la colaboración de ambos autores, cada uno desde su lenguaje particular. La asociación de poesía y pintura permitía lograr una visión amplia que participaba de ambas experiencias. Con ello, la tentativa se acercaba al concepto de poesía visual y se emparentaba con algunas manifestaciones propias del arte oriental, donde «los límites de la poesía, del dibujo y de la caligrafía son muy difíciles de precisar […] Aquí se intenta una unión amorosa, una fusión que enriquezca nuestro espíritu al acercarnos a estos cuadros, a estos poemas. A estos cuadripoemas».La experiencia de hacer converger pintura y poesía se volvería a repetir en 1979 de la mano del poeta valenciano José Carlos Beltrán. La concordancia de ambas manifestaciones artísticas era grande, pues Beltrán venía practicando una poesía de gran carga emotiva. La visita asidua del poeta al estudio de nuestro pintor y los animados diálogos que tuvieron le llevaron a componer una serie de poemas cargados de sentido lírico y evocaciones de las obras de Peiró Coronado. A otro nivel, la obra de Peiró Coronado va asumiendo paulatinamente un talante más lírico y poético que le va propiciando un lenguaje personal. Esta es una circunstancia que ya advertimos en las obras de la segunda mitad de los años sesenta.
La relación con Labordeta debió intensificar todavía más esta vena poética y lírica que se había ido asumiendo unos años antes, hasta el punto que estamos ante elementos inherentes a su pintura que se irán profundizando al correr de los años y formarán parte de su obra posterior. En esta segunda mitad de los años sesenta, la obra de nuestro artista abandona las pocas inquietudes sociales o políticas que había podido tener con anterioridad, y evoluciona hacia un intimismo cada vez más notorio, donde las preocupaciones plásticas se amalgaman convenientemente con el deseo de expresar sensaciones interiores y situaciones del entorno inmediato. Como poeta, Peiró Coronado siente y vive lo que le rodea, lo hace resonar en su interior y nos lo evoca con los pinceles, surcado por el tamiz de su personalidad y su sensibilidad artística. Se va convirtiendo en un poeta plástico de su entorno, donde sensaciones, emociones, situaciones personales tienen una oportuna transposición al campo visual de la pintura. Como señala Miguel García Lisón:«Su quehacer pictórico no dista mucho de un juego cromático en donde la preocupación principal parece centrarse en la búsqueda de una continuidad compositiva de formas, colores y texturas que siempre están al servicio de una realidad lírica y profunda sacada de los objetos, situaciones y personas que le rodean. La poesía que se desprende de sus bodegones, escenas familiares, composiciones, etc. está bañada de un realismo mágico en el que las figuras parecen extraídas –según frase del pintor– de una inescrutable «caja de los misterios»».Peiró Coronado, desde la atalaya de su estudio, en la terraza de su casa, sentado en su mecedora, «mirando siempre al hondo acontecer del cielo» , se convierte en un observador de situaciones y seres diversos que habitan su entorno. Todo este mundo más o menos inmediato va a tornarse en la fuente de inspiración de las obras de esta época. Pero no se trata de una crónica fiel a lo que ocurre a su alrededor, sino que estas «experiencias de la cotidianeidad» están sublimadas en su interior, donde resuenan llenas de connotaciones sugerentes. Cuando estas experiencias fútiles se convierten en cuadros han asumido una nueva dimensión. Nuestro artista ha sabido sacarlas de su contexto inicial y dotarlas de nuevos significados asociados con su privacidad. Son parte de él. En este sentido, estamos de acuerdo con el calificativo de «realismo mágico» que utiliza García Lisón para referirse a la obra del momento, porque Peiró Coronado ha sabido «bañarla» de su espiritualidad y abrirla a una polisemia de significados que superan ampliamente el punto de partida. Como señalaba Juan Antonio Labordeta:«Hay en tus cuadros dolor y ternura. Hay en tus bodegones una enorme nostalgia por descubrir una realidad que nos circunda y que, por causas ajenas, permanece alejada de nosotros. Hay en tus cuadros una postura y esto, en arte, es lo más importante».Estas obras de la segunda mitad de los años sesenta, con las que cerramos la primera etapa del artista, suponen no sólo la primera experiencia de interacción entre pintura y poesía, sino también el encuentro de un camino personal. Cada cuadro se convierte en una pequeña escenificación de la vida, vista desde la óptica del autor, donde realidad y ensoñación configuran una nueva situación llena de connotaciones personales. Por este escenario desfilan vivencias sobre unos fondos oscuros, que ya preludian el período informalista posterior, y donde la ambigüedad formal constituye la tramoya de una serie de marionetas que quieren interpretar el juego de la vida. La mirada del pintor desarrolla una suave caricia sobre las cosas que le rodean o que imagina, envolviendo objetos y personas en colores de un cierto matiz melancólico con pigmentos malvas, rojos o amarillos. Los tiernos ojos de sus figuras se desvanecen en la lejanía, mientras que una luz tenue matiza las sombras y difumina los volúmenes. De este modo consigue armonizar en sus cuadros la bondad de las cosas y la nostalgia del tiempo, mientras que va descubriendo el mundo íntimo de sus objetos, de la vida y de su propio interior. La música, la inspiración literaria y sus misterios; los juegos infantiles y la inocencia de los niños; la vanidad de las personas; la ternura de la pareja; el mundo de la noche con sus intimidades, poéticas y sentimientos líricos; el conformismo ante lo que la vida depara; etc. Son los temas que desfilan por este bloque de obras, como puntos de interés que han atraído su atención y de los que las obras son testimonio. En ellos, Peiró Coronado se nos rebela ya definitivamente como un pintor de temas existenciales, más que sociales. Es la dirección en la que seguirá creciendo en un futuro.