Desde principios de los años setenta, Peiró Coronado empieza a trabajar un tipo de obras figurativas de distinto talante que tienen como común denominador la preocupación por la representación del espacio. Son pinturas que a veces rayan la abstracción y otras veces aluden de una manera más clara al mundo de la realidad, pero siempre la inmensidad del espacio está presente. Es un camino que ha venido recorriendo, paralelamente a la producción más abstracta y que podemos rastrear hasta mediados de los años ochenta. Da la sensación de que los celajes del período figurativo se han tornado fondos abstractos.

La atención se concentra básicamente en los fondos atmosféricos que asumen un protagonismo fundamental, con la intención de sublimar el espacio, y que éste deje de ser una simple telonera a la imagen y se convierta en el principal elemento de la obra. Estas evanescencias espaciales tienen su origen en los contactos mantenidos por Peiró Coronado con la obra de Santiago Serrano, el cual presenta puntos de aproximación al expresionismo abstracto del pintor norteamericano de origen ruso Mark Rothko (1903-1970).
Para el trabajo de estos fondos emplea el aerógrafo al óleo con la ayuda del spray para su difusión, actuando sobre un preparado previo de tierras que consigue la textura adecuada. El cuerpo humano de la mujer o el paisaje con figuras son las dos temáticas o vehículos expresivos que han inspirado este tratamiento lírico del espacio con el objetivo de comunicar, una vez más, sentimientos, emociones, pensamientos, deseos o simplemente hacer preguntas sobre aspectos de la vida que le interesan o le preocupan, en un terreno más existencial. Como en períodos anteriores, nuestro pintor se mueve en la esfera de lo inmediato y nos transmite la resonancia que en su sensibilidad han tenido todo tipo de situaciones o vivencias, con la idea de transmitir sensaciones al espectador. La obra sigue siendo el fruto de asociar el yo del artista con el entorno y llega a nuestras manos impregnada de su manera particular de ver y sentir el mundo. Sobre este tipo de producciones señalaba en una entrevista:
«Realmente hay en mi pintura una preocupación metafísica constante, acerca del hombre y del universo, y quizás de ahí esos personajes con la pregunta ¿a dónde? o llenos de preguntas calladas, envueltos, siempre, en un espacio cósmico, como símbolo a su vez de otras dimensiones […] mi pintura pregunta más que contesta, ya que es sugerente, no concretiza en un punto determinado».
Las obras dedicadas al cuerpo femenino son el bloque más abundante. Se convierten en verdaderos mapas topográficos del erotismo, porque Peiró Coronado se solaza en los recovecos de la figura, explorando con los pinceles los múltiples rincones de su piel. Cada pintura es un viaje hacia el goce de la feminidad, cual cosmos en el que se recrea con placer sensual. Es un universo lleno de elementos gratificantes que ocupan todo el espacio pictórico por el que nuestra mirada es invitada a deslizarse, tal y como lo hiciera la de su autor. En estas obras –con algunos guiños plásticos a Joan Miró– el pintor evoca el mundo del amor humano, sin tapujos, desposeído de toda cortapisa moral. El goce natural y el deseo se derraman en estos relieves carnales, llenos de sensualidad. El cuerpo femenino se hace universo cósmico e invita a su recorrido con la mirada y el tacto, pues la densificación con arena de los pigmentos permite deleites de este tipo.

Nuestro pintor tiene buen cuidado en potenciar sus partes erógenas –como el pubis y los pechos– para reforzar la intención de las obras, mostrándolas al espectador en un primer plano o incluso recortado el cuerpo y prescindiendo de otros fragmentos distintos. En alguna obra introduce símbolos eróticos universales, tomados de la Historia del Arte, como la famosa Venus de Tiziano, suspendida en un firmamento infinito, sin otro tipo de referencias que su propia corporalidad; o algunas citas iconográficas de los desnudos de René Magritte. La mujer asume un papel total como trasfondo icónico, no sólo como elemento erótico. Existe una cierta veneración hacia el cuerpo femenino, como engendrador de la vida humana, divinidad en culturas de la antigüedad. Sus pechos se convierten en montañas, su sexo es un astro más en un juego plástico de constelaciones. En los paisajes con figuras, muestra personajes apenas esbozados sobre un amplio espacio de fondo que suele dominar todo el cuadro. En estos fondos es donde su sensibilidad pictórica se desborda con matices, trasparencias, evanescencias lumínicas, difuminados de color que evolucionan de un tono a otro de manera casi imperceptible. El espectador se siente atraído por estos espacios «vacíos», donde domina el talante oriental de fuerte componente lírica. Al carácter lírico habría que añadir también una componente de signo onírico, porque estos seres humanos que habitan sus cuadros parecen situarse en ambientes irreales, fruto de la imaginación o la ensoñación, dentro de una manifiesta sobriedad y sencillez. Su presencia está encarnada en fondos cósmicos que parecen otorgar a los mismos personajes representados un halo mágico y misterioso, casi metafísico, que se respira en toda la atmósfera que los envuelve. Se hallan suspendidos en un vacío de sutiles gradaciones cromáticas que les sirven de hábitat. Estos ambientes evanescentes, llenos de difuminados y transparencias, constituyen una muestra más de la facultad de Peiró Coronado por asumir el entorno que le rodea y trascenderlo. Es capaz de crear un mundo nuevo, que brota de su propia interioridad, y a través del cual nuestro artista nos muestra cómo ve y siente en su interior aquello que le rodea y hasta qué punto es capaz de engendrar una nueva realidad transida de elementos personales que se vierten en el cuadro. En palabras de Vicente Meseguer, estas obras:«se mantienen todavía en el límite de lo onírico y de lo real, entre lo mágico y lo sugerente, ofrecen por otra parte la búsqueda de la pureza estética y espiritual, como si su alma habría desplegado las alas en amplio vuelo y desprendiéndose en parte de lo doméstico (recordemos las palomas, gatos, mecedoras, ventanas con visillos velados tras los que se asoman rostros nostálgicos), emprendiera el vuelo hacia otras dimensiones, proyectándose hacia lo etéreo, hacia la inmensidad cósmica por donde deambulan los espíritus selectos en su vuelo hacia la eternidad. Desde aquéllos, el poeta-pintor narra con el lenguaje sutil de sus pinceles y las mágicas contraposiciones de colores, el asombro del hombre al asomarse a la monstruosa infinidad. Es un encuentro en el que uno no sabe si admirar más la pequeñez del hombre frente a la inmensidad espacial, o la grandeza del espíritu ante la eternidad» . Estamos ante obras rebosantes de sensualidad, conseguida con un colorido de suaves armonías en tonos cálidos, donde la imagen parece brotar de unos ámbitos abstractos e indeterminados que recuerdan la estructura del paisaje por su amago de  línea del horizonte. Todo se resuelve en una amplia fusión entre fondo y forma, plagada de nebulosas, visiones personales y lirismo. Es aquí donde la realidad y lo onírico se dan cita para introducirnos en dimensiones llenas de sugerencias, donde el espectador tiene la mesa servida para la interpretación. Por estas obras desfilan temáticas muy diversas, llenas de su vieja ironía, inmersas en un mundo de fabulación e imaginación, con referencias a la vanidad humana, imágenes con trasfondo literario… Son momentos de su pensamiento imaginativo que desbordan la realidad cotidiana y dejan volar la imaginación hacia otras dimensiones u horizontes donde todo es posible, como si el artista extrajera los materiales primigenios de sus sueños. Existe en estas obras una cierta influencia de la vertiente onírica del Surrealismo, por la fusión que se realiza entre realidad y subconsciente. Finalmente, algunas pocas pinturas inician un diálogo del pintor consigo mismo al preguntarse sobre toda una serie de interrogantes de carácter existencial. El pensamiento existencialista, que ya jugó un papel importante en los años cincuenta, vuelve ahora con una carga más antropológica en busca de una serie de respuestas y cuestionándose sobre las grandes incertidumbres que aquejan al ser humano: los deseos frustrados, el sentido de la vida, la identidad de uno mismo, la soledad, el ocaso de la vida con la vejez, la libertad. Son, muchas veces, preguntas sin respuesta que quedan plasmadas sobre el lienzo y son testimonio del andar diario de Peiró Coronado, acompañado de sus dudas y perplejidades.