A partir de los años ochenta, Peiró Coronado, sin abandonar completamente los itinerarios emprendidos con anterioridad, inicia una trayectoria que en general podríamos situar dentro de la Neofiguración. De los fondos abstractos anteriores van surgiendo formas que se incorporan a estos fondos, como si el pintor buscara conformar un magma confuso y darle forma concreta.

En realidad lo que ha venido haciendo en los últimos años ha sido resolver la dicotomía abstracción-figuración que se planteaba en períodos anteriores. Concluida una etapa, recupera antiguas iconografías, pero repletas de recursos plásticos experimentados durante el período abstracto. Es, por eso, que su figuración está henchida de gestos, formas desleídas y demás recursos plásticos que nos introducen en un ámbito de gran libertad interpretativa de la realidad. Todos los recursos de procedencia informalista están presentes en estas obras, realizadas habitualmente con técnica mixta.

Diríamos que Peiró Coronado está llevando a cabo una recapitulación, donde objetos, técnicas y procedimientos anteriores se suman para adquirir una nueva dimensión plástica titubeante entre la abstracción y la figuración. Incluso algunas obras iniciadas en la década de los setenta reciben su forma definitiva en los últimos años, adaptándolas a la fenomenología particular de este reciente itinerario de su actividad. Es ésta una peculiaridad de nuestro autor que le caracteriza. Sus cuadros envejecen con el tiempo y experimentan cambios, como el vino, porque son retomados y perfilados según las circunstancias y la perspectiva de cada momento. Con motivo de una exposición suya en su ciudad natal de Alaquàs (Valencia), señalaba al respecto:

«Casi toda la obra que presento está revisada, ha sufrido muchos cambios, son cuadros que han estado trabajándose cinco o seis años. No hablo del hecho gestual –que puede durar unos minutos–, sino de la certeza de dónde y cómo hay que hacer cada mancha, cada trazo, cada veladura, dónde sugerir una forma. Hay cuadros que pueden tener más de diez años, que han estado en continuo estado de evolución. Un día recuperas un cuadro, lo miras y piensas «puede ser mejor», entonces es cuando es palpable el paso del tiempo, cuando mejoras lo que empezó a gestarse hace años y lo enriqueces plásticamente. No me importa mezclar el tiempo, que no haya una fecha concreta de acabado. Todo lo aprendido aflora con el paso de los años y se refleja en la obra revisada. En este proceso de revisión, o en el del propio acto pictórico, el cuadro te va diciendo cosas, nota si le tratas bien, es muy emocionante (…) Por otra parte, hay cuadros que no se deben tocar, porque no necesitan que se insista sobre ellos, y eso el artista lo debe saber».

Este último período es el más optimista de todos. Atrás van quedando las preguntas e incertidumbre existencialistas, y Peiró Coronado opta por una pintura lúdica, donde la plástica per se juega un papel importante. Toda una serie de imágenes antiguas y experiencias procedimentales vuelven a su pincel para recrearse en ellas a modo de capitulación de lo que ha sido su andadura anterior. Por ello figuración y abstracción se combinan en un deseo de llegar a un punto de entendimiento mutuo.