La vinculación de Peiró Coronado al mundo de la abstracción se inicia a principios de los años setenta, tras la experiencia conjunta con José Antonio Labordeta. Es un modo de expresión que ha venido trabajando a lo largo del tiempo, con mayor o menor intensidad, hasta la actualidad. Asume con decisión los principios de la Pintura Informal, que tanto peso había tenido en los ambientes artísticos europeos y norteamericanos. La llegada a este punto de su evolución, no significa una huida de la realidad, sino otra manera de ver y expresar la realidad, a través de «Un espacio escenográfico y teatral, donde se desarrolla todo un drama, a veces también una sutil comedia, de una mente creadora, en donde las líneas se subliman por la integración en un ámbito en el que existe el misterio de la indefinición esencial».La asunción de la abstracción es, en buena medida, una consecuencia lógica de su proceso evolutivo.

Primero fueron los fondos que en la segunda mitad de los sesenta iban alcanzando un talante cada vez más alejado de la naturaleza, como si se buscara trasponer al cuadro las formas nebulosas de los paisajes anteriores. Luego vino la composición que fue asumiendo también un aspecto cada vez más alejado del mundo objetivo, hasta que el proceso deviene en una interacción dialéctica entre fondo y forma que alcanza una nueva categoría estética.
Con todo, hay que señalar que los coqueteos de nuestro artista con la abstracción han sido constantes. Ahora se da un paso más firme, pero que ha estado precedido de un sinfín de experiencias y tentativas que caminaban en esta misma dirección. El tránsito ha sido meditado y pausado. Esta situación conlleva que un bloque importante de pinturas se sitúe en un terreno de transición que nos permite incluirlas dentro o fuera del movimiento abstracto, según el rigor con que las juzguemos. En estas obras, dirige su atención especialmente a los efectos plásticos: color, textura, estructura. Hay un deseo explícito de atraer la atención del espectador a través de estos procedimientos que ahora sustituyen a las iconografías anteriores, permutando el poder de atracción de la imagen cargada de significado por el poder de fascinación que la plástica pura puede tener por sí misma. Este atractivo añadido constituye un acicate para el espectador y le impulsa a la reflexión y al goce sensorial de la obra que se recrea en los campos de color o en el tratamiento matérico de las superficies. Paulatinamente su quehacer artístico se va concentrando en la búsqueda del espacio por sí mismo, cada vez más liberado de connotaciones referenciales. Este giro da un nuevo sentido a su trabajo en la dirección abstracta. El espacio se va convirtiendo en el único protagonista de la obra y evoluciona hacia la representación de un cosmos trascendente y espiritualizado. Las influencias, directas o indirectas, del pintor ruso Mark Rothko, emigrado a Estados Unidos en 1913, no son ajenas a esta nueva singladura iniciada por nuestro artista. Algunas de las obras de Peiró Coronado comparten con Rothko el interés por representar espacios, confusamente definidos, llenos de suaves evanescencias y sugerencias emotivas. Estamos ante lo que podríamos calificar de «abstracción lírica», llena de insinuaciones poéticas y sutilezas. Es una obra muy rica en recursos plásticos, inclinada hacia la creación de campos cromáticos ricos en mixturas texturadas que contrastan con otros más suaves. El empleo de tintas líquidas y del aerógrafo permite diseñar verdaderos universos cosmológicos que se desvanecen en el ámbito pictórico para generar todo tipo de efectos plásticos: difuminados, trasparencias, superficies sedosas. Este universo de sensualidad visual se enmarca en estructuras formales que ponen cota a los espacios, en un deseo manifiesto de ordenar el cosmos y mantener una relación dialéctica entre la forma y la inmensidad. Peiró Coronado procede de manera sistemática en la realización de cada obra. En primer lugar concibe la trama en torno a la cual va a tejer toda la plástica. Una vez dispuesta la imprimación, va tiñendo con color el soporte para ir creando la atmósfera que quiere evocar en la pintura. El tono básico es muy importante, porque orienta el sentido esencial de la obra en una línea más dramática, irónica o incluso cálida y optimista. Con este recurso consigue el matiz emocional que debe presidir toda la composición. Una vez puestas las bases cimentadoras del cuadro, se procede a los detalles.
Las formas pictóricas y los objetos pegados por collage consiguen evocar o referenciar simbólicamente –o mediante el procedimiento de la sinécdoque– la temática concreta que se quiere verter en cada caso. Estos objetos abandonan su significado cotidiano original, porque son descontextualizados y recontextualizados en un nuevo ámbito, hasta convertirse en nuevos significantes en función de la hermenéutica del cuadro. Finalmente se practica todo tipo de trazos gestuales, manchas, drippings, signos diversos, caligramas, etc. que consiguen acabar de completar el sentido último. Cuando se ha llegado a este punto, podemos decir que la obra está concluida por parte del autor. Éste ha conseguido la sintonía con el espectador en el proceso de comunicación a través de los procedimientos y materiales empleados, y sus valores significantes. Con todo, la ambigüedad en la que se mueve el lenguaje abstracto hace que la obra quede abierta al espectador, que se convierte, en cierta manera, en coautor de nuestro artista al hacerla suya e intentar releerla y entender la carga semiótica que se esconde tras este acopio de recursos plásticos. Nuestro artista gusta de incorporar al espectador de manera activa a la obra, invitándole a bucear entre sus pigmentos y masas cromáticas para buscar sus propios significados y sacar conclusiones personales de cada cuadro. Nos da pistas a través de los títulos y los elementos simbólicos que introduce, pero también deja abierta la obra para que el observador pueda determinar la percepción última. En este sentido, su pintura se sitúa, consciente e intencionadamente, dentro de lo que Umberto Eco denomina «obra abierta». Las relaciones entre masas de pigmento, colores, formas, objetos, etc. infunden a muchas de estas obras un matiz musical, cuya intencionalidad nos ha confirmado el propio autor a lo largo de las distintas entrevistas mantenidas con él. No se trata tanto de trasladar al lienzo impresiones recibidas de una pieza musical concreta, mediante un proceso de sinestesia. El objetivo es armonizar formas, espacios vacíos, volúmenes, colores y luces, como «sonidos» primigenios del lenguaje pictórico hasta conseguir una sinfonía con todos estos elementos que «suene» en su conjunto a los ojos del espectador. Prácticamente ha explorado todas las vertientes del Informalismo. Desde la pintura matérica, rica en empastes densificados con materiales extrapictóricos; la fuerza envolvente del espacialismo, donde el ámbito abstracto domina su interés; hasta la energía expresiva del trazo, propio de las corrientes vinculadas al action painting. Con todo, la riqueza de todos estos recursos expresivos ha sido un punto de partida –nunca de llegada– para seguir buceando en su interior.
A estos procedimientos, se une la práctica del collage de objetos diversos, que enriquecen la plástica de la obra y permiten aumentar la carga semántica de su contenido. Peiró Coronado procede con un doble mecanismo: descontextualiza el objeto de su lugar de origen y luego lo recontextualiza al incorporarlo a su universo particular. Algunos de estos elementos proceden del entorno familiar. Son objetos personales de sus seres queridos que hacen viva su presencia en el
cuadro mediante la sinécdoque. También recurre a materiales procedentes de la naturaleza (plumas, caracoles, conchas marinas, cuerdas, etc.) u otros de origen industrial (telas, espejos, papeles diversos, etc.). Todo este mundo objetual se halla inmerso en un código
simbólico que nos permite aproximarnos al sentido último de las obras. Sus abstracciones incorporan una carga figurativa de mayor o menor intensidad, pero siempre acompañada de una gran cantidad de recursos expresivos próximos al Informalismo. Desde esta tesitura, se produce el proceso de comunicación con el espectador, más a través de la sugerencia y el interrogante, que de la representación rotunda y diáfana del contenido. Sus cuadros transmiten sensaciones de dramatismo, lirismo, poesía a través del juego de materiales, gestos, texturas, formas y colores, que luego el espectador debe acabar de desarrollar. Por eso, el nivel de comunicación se produce en el plano emotivo más que en el intelectivo. El tratamiento de la luz comporta igualmente matices expresivos. Peiró Coronado es un artista valenciano y por ello no puede sustraerse a toda la tradición tenebrista barroca originada en Caravaggio, pero continuada en nuestras latitudes por pintores como Francisco Ribalta, José Ribera o Jerónimo Jacinto de Espinosa. En el bloque de obras que hemos agrupado bajo el epígrafe de «La lírica del espacio» ya se observa este interés por trabajar los fondos con un protagonismo etéreo de la luz tamizada. En la obra abstracta, este protagonismo asume un talante de cierto contraste para remarcar elementos, recortar formas y volúmenes, infundir misterio, dramatizar espacios o espiritualizar atmósferas. Podemos hablar de la luz como configuradora de ambientes y su contribución a perfilar el aspecto final de estos ámbitos pictóricos. Es un elemento constitutivo de sus obras puesto al servicio de la expresividad concreta que se quiere conseguir en cada pintura y que ha sido destacado por Antonio José Gascó al señalar:«Hay en la luz del pintor toda una lección de plástica, la luz es capaz de condicionar volúmenes y es, por tanto, la gran aliada del color para jugar con las gradaciones que son objeto de dicción de sutilezas, evanescencias, insinuaciones y permiten, ora dar mayor dinámica a las esfumaturas espaciales, ora contrastar la eclosión de los fuertes cromatismos como vehículo de intencionalización o dramatización de ciertos temas […] El elemento luz, como gradación, dinamiza el lienzo, y lo refiere desde una tesitura material a un dominio espiritualizado y lírico. Según la vecindad de otros colores, trabaja su luz para conseguir el acorde perfecto de la expansión en profundidad de los elementos que componen la obra, la cual aparece dotada de una serenidad intemporal, condicionada, precisamente por el espiritualismo lumínico que dimana».Una característica propia de algunas de estas pinturas abstractas es la presencia de todo tipo de signos caligráficos diversos, vinculados a temas relacionados con el mundo de la literatura o la escritura musical. Normalmente son signos ilegibles que pretenden evocar estos contextos en los que se enmarcan las obras, con la idea de situar al espectador frente a las temáticas concretas que se recrean en el lienzo. También apreciamos la presencia de rasgos gestuales dispuestos sobre los lechos matéricos. Los elementos gestuales son propios del lenguaje informal, y en especial de la vertiente gestual, que muchas veces comporta una componente de carácter sígnico. Sus orígenes se
relacionarían con las caligrafías orientales propias de la civilización china y japonesa. Desde finales del siglo XIX la fascinación por este contexto cultural animó a poetas y pintores a visitar estas tierras lejanas, aprovechando las facilidades que ofrecía la creación de los grandes imperios coloniales del momento. Entre estas personas, hay que citar a Mark Tobey que estuvo en Oriente en 1934. Allí tuvo ocasión de estu¬diar el arte caligráfico y en 1942 realizaba sus White writings, ver¬daderas precursoras de la pintura sígnico-gestual. Estas obras bebían en las fuentes de la filosofía budista zen y presentaban amplios pa¬recidos con pinturas japonesas realizadas en tinta china o con cali¬gramas también japoneses en los que se utiliza la mancha. En Peiró Coronado el grafismo caligráfico aporta un elemento plástico y expresivo a la vez, que contribuye a enriquecer sus producciones. Su carácter oblicuo contrasta con las componentes cartesianas que normalmente dominan sus obras, hasta el punto de introducir un elemento de inestabilidad y dinamismo en todo el conjunto. Constituye la faceta más gestual de toda su pintura, llegando, en algunos casos, a una gran rotundidad en el trazado para conseguir exteriorizar vivencias interiores de fuerte pathos. En este amplio bloque de obras, domina el interés por la densificación de los empastes, conseguidos especialmente con arenas. Es una tradición antigua, que ya hemos constatado en períodos anteriores, pero que ahora asume un protagonismo muy evidente en algunas obras. Peiró Coronado llega a practicar verdaderas heridas en los lechos de materias que llegan hasta la superficie del soporte. Son brechas abiertas en la piel de sus obras que tienen sus oportunos simbolismos, muchas veces de carácter dramático. Su abstracción no puede ser jamás entendida como un simple juego de formas y materiales sin trasfondo conceptual, sino que siempre subyace, bajo la pura plástica, la expresión de deseos, sensaciones, sentimientos. Estamos ante un informalismo que podríamos calificar de «espiritualizado», por la carga interior que se derrama en cada obra. El artista nos da pistas para rastrear estos contenidos a través de los títulos de las obras y moviéndose en una especie de abstracción ambigua que muchas veces evoca objetos, seres orgánicos o temáticas diversas, aunque sea de una manera muy somera. Sería un error calificar estas obras de puros divertimenti plásticos, pues están transidas de la misma carga antropológica que existe en el resto de su producción. En este sentido, las obras siguen siendo un retazo de su interioridad, de su modo de ver y sentir el mundo, especialmente el mundo personal e inmediato. Lo que ha cambiando es el lenguaje expresivo que se adapta al devenir de su evolución, pero seguimos detectando las mismas preocupaciones y deseos de exteriorizar experiencias personales. Cómo él mismo señala:«yo pinto desde dentro hacia fuera. Lo exterior se recrea desde un concepto de interior, tal vez como una idealización, a veces irreconocible o a veces sólo intuible. Como no soy hombre de afirmaciones rotundas, incluso en la vida cotidiana, prefiero, incluso en mi pintura, las sugerencias. Por eso mis obras son cualquier cosa menos concretas y un mucho de sutiles e inconcretas; simples sugerencias de unas realidades poco aprehensibles».
El lenguaje abstracto es dúctil y se mantiene en un grado alto de indeterminación, pero los títulos de las obras nos ayudan y dan pistas para que podamos acercarnos a esa realidad privativa de la que parte la hermenéutica de sus pinturas. Estamos, pues, ante obras vitales, cargadas de humanidad que una vez más pretenden consumar el acto de comunicación entre artista y espectador. Como señaló en su momento Llorenç Moya Gilabert de la Portella, con motivo de la presentación del catálogo en el que se dieron a conocer estas producciones abstractas:«El color és la tregèdia i l’alegria; tu, Pintor, les barreges com pertoca dis aquest clos universal. ¿Quin critic ha dit de tu que no ets calificable? Jo hi trobe en tu mil clares ressonàncies d’aquelles pintors de cap de brot que enlairen el crit d’avui, però tu no t’hi assembles, perquè tu ets tu i ben tu i allargues el teu crit com un foc o una bandera i fas al llenç la radiografia del cos dels homes –¿o més tots de l’ànima?– Colors, misteri, taca indefugible que titil•la en l’obscura llunyania talment el llumet blau de los rondalles. Pintor, el teu llumet blau, dins la tragèdia, ens porta un glop de pau i d’esperança».No podemos considerar de forma lineal toda la obra abstracta, sino que ha sido objeto de idas y venidas que reflejan los momentos existenciales del autor cuando fueron realizadas. En un primer momento se detecta una mayor luminosidad y colorido, herencia de las composiciones figurativas anteriores. A mediados de los ochenta la dicción expresiva se endurece con fondos más oscuros, mixturas más densas y agredidas, y la aparición de los mencionados signos caligráficos. Estas obras parecen expresar un menor optimismo y evocar un cierto sentido trágico interior que no desligamos de su delicado estado de salud por esos años,
provocado por el agravamiento de su dolencia cardiaca. Peiró Coronado se vuelve trascendente y metafísico en los planteamientos estéticos y se hace una serie de preguntas a tenor de sus circunstancias vitales que se vierten con un lenguaje simbólico sobre la tela. La obra abstracta se corresponde, pues, con un período un tanto existencialista, donde el autor se pregunta sobre los grandes temas de la vida y de la muerte, sobre el sentido general de la existencia y bucea en la filosofía oriental. Muchas veces estas preguntas se encarnan en universos informalistas de signo cosmológico. El enfrentamiento con un posible desenlace fatal avivó sus dudas e incertidumbre sobre estos temas. Las obras evocan este clima interior de zozobra e ansiedad ante toda una serie de interrogantes que en otras épocas no aparecen en su horizonte vital y, por tanto, tampoco en el artístico. Este período es uno de los más fructíferos de toda su producción. La amplia obra puede ser clasificada a tenor de los centros de interés fundamentales que se van percibiendo a su alrededor. El mundo del paisaje, las preocupaciones existenciales y metafísicas, sus grandes ídolos pictóricos o literarios, hechos importantes en su vida, el eros femenino o preocupaciones estrictamente plásticas jalonan la producción de estos años vertida, en buena medida, con un lenguaje abstracto. El paisaje es un género tradicional en toda su producción anterior. Pero qué lejos estamos ahora de aquellas callejas de Peñíscola de mediados de los años cincuenta, henchidas de luz y color. Su paisajismo se ha hecho introspectivo, no nace de la admiración de la realidad, sino de la indagación de su mundo interior. Es un paisaje que va más allá de la apariencia objetiva y está henchido del vacío oriental. Sin apenas referencias, se afana por representar el espacio puro, aunque repleto de sugerencias plásticas. El pintor busca explorar otros espacios y dimensiones, fruto de su imaginación. De su mano, entramos en un cosmos metafísico, lleno de infinitos. Estos paisajes son ventanas que se asoman al pensamiento oriental y están transidos de la filosofía budista, taoísta o zen, fusión del Budismo y Taoísmo. Todas las escuelas budistas defienden la idea de que las cosas separadas sólo existen en relación con las demás. Esta relatividad de los individuos se denomina sunya (vacío), que no significa que el mundo no sea nada en la realidad, sino que la naturaleza no puede ser comprendida por ningún sistema de definición o clasificación fijos. El arte religioso zen elude la iconografía y expresa un camino de conocimiento hacia el misterio, donde la presencia del vacío tiene un protagonismo importante. El bloque más amplio de toda la producción corresponde a las obras que manifiestan un claro interés por preocupaciones autobiográficas de talante antropológico. Peiró Coronado bucea en los entresijos de su vida
con una intención indagatoria sobre las dudas e interrogantes que le preocupan en el acontecer diario. Por las obras abstractas desfilan diversas vivencias de un signo marcadamente existencialista y metafísico, con el énfasis puesto en su vida específica y concreta y, en consecuencia, en la subjetividad, la libertad individual y los conflictos de la elección. Los temas relacionados con el temor y la angustia son elementos que han recabado la atención de Peiró Coronado en estas obras. Como el danés Sören Kierkegaard, sus pinturas referencian temores no sólo a objetos específicos sino el temor como sentimiento generalizado que invade la existencia. Como el filósofo alemán Martin Heidegger también se evoca en sus obras el tema de la angustia, entendida como la confrontación del individuo con la nada, muchas veces asociada a la muerte, el dolor, la finitud, etc. Los títulos de las obras y las entrevistas mantenidas con él nos ayudan a profundizar en los contenidos velados de estas obras. Descubrimos toda una serie de temáticas básicas que se repiten con mayor o menor insistencia:  la incertidumbre del futuro, la presencia acechante de la muerte como tránsito hacia lo desconocido, el dolor físico y moral, la búsqueda de la identidad consigo mismo, las dificultades cotidianas de la vida, los desencantos y desilusiones acumulados, las obsesiones, la rebelión ante la angustia vital, la duda permanente ante los retos de la vida, el despertar de los recuerdos, el sinsentido de la vida a pesar del bienestar material, la soledad e incomunicación del ser humano, etc. Son todo temas que él encarna en primera persona y de los que nos habla desde su experiencia. Un conjunto de obras está dedicado al recuerdo con nostalgia de los seres queridos, en especial a su madre. Debió de jugar un papel muy importante en su vida por la presencia continua a lo largo de la obra, tanto en la producción abstracta, como en los retratos. Peiró Coronado se refiere a ella en el trance de la muerte y a posteriori, en el recuerdo, mandándole incluso cartas. Consigue evocar su presencia a través de objetos personales. Entre ellos destaca la puntilla, cargada de alusiones en un juego de analogías referenciales. La sutil tela evoca la misma delicadeza, blancura, intimidad, dulzura de su madre. Junto a este bloque de obras existencialistas, Peiró Coronado también ha fijado su mirada abstracta en toda una serie de personajes del mundo del arte, la política o la literatura que le han impactado a lo largo de su vida en algún momento y han arrojado luz sobre su obra o sobre su caminar diario. Estas pinturas se debaten entre el recuerdo y el homenaje a estas figuras del ámbito de la cultura, como prueba de su agradecimiento y admiración.
Magritte, Picasso desfilan con su semblante bien reconocible entre magmas matéricos o manchas diversas de tratamiento informal. Su rostro destaca en el infinito del espacio pictórico, cual santo colocado en un altar y objeto de veneración por parte de nuestro artista. También hay recuerdos y expresiones de cariño a su Alaquàs natal, en un deseo de reencontrarse con sus raíces. Peiró Coronado no ha sido un hombre de temas políticos en sus obras, pero sí ha querido recordar la figura de Manuel Azaña (1880-1940), el político y escritor español que fue presidente del gobierno y de la II República Española.
De esta figura le interesa reseñar su presencia en el Parador de Benicarló en el año 1937, donde fue concibiendo una obra de teatro titulada Velada en Benicarló, en la que rechaza la división de España en bandos y el enfrentamiento final en una guerra civil, y hace un llamamiento a la reconciliación, apelando a la «paz, piedad y perdón». Un tratamiento exhaustivo presenta la figura del escritor y el libro. Le dedica varias obras con un talante genérico, como valorando y destacando el papel que la literatura juega en la cultura de los pueblos, capaz de descubrir al lector –él ha sido siempre un gran lector– otros mundos que van más allá de la diaria cotidianeidad. A pesar del talante abstracto de las obras, no repara en detalles iconográficos que nos permiten penetrar en la temática descrita: la presencia de caligramas, la forma del libro, la pluma de escribir, etc. Este homenaje adquiere un carácter más concreto con la referencia a escritores determinados de quienes conserva un recuerdo literario preferente. Encontramos obras dedicadas al Primer romancero gitano (1928) de Federico García Lorca (1898-1936), donde el pintor se hace eco de algunos versos de esta poesía, destinada a ofrecer una visión del contexto cultural gitano por medio de unas metáforas deslumbrantes y símbolos, como la luna, los colores, los caballos, el toro, el agua, destinados a transmitir sensaciones de amor y muerte. También aparece tratada en su obra informalista la personalidad del escritor judío checo Franz Kafka (1883-1924). Su desasosegadora y simbólica narrativa, escrita en alemán, anticipó la opresión y la angustia del siglo XX, por sus referencias a la soledad y frustración humanas. Peiró Coronado se identifica con el pensamiento existencialista de este escritor que refleja la incapacidad del ser humano ante fuerzas desconocidas que le sobrepasan y escapan a su control. La adaptación plástica de La metamorfosis (1915) evoca el mundo claustrofóbico y fantasmal del personaje que descubre una mañana que se ha convertido en un enorme insecto y es rechazado por su familia hasta morir en la más absoluta soledad. Un caso especial lo constituye el poeta español, y amigo suyo, José Hierro, premio Cervantes en 1998. Contactó con él a raíz de su exposición en Madrid en los años setenta y llegó a conectar ampliamente con el talante existencial de su poesía. José Hierro hizo la presentación del catálogo en la galería Durán y referenció la muestra en la prensa madrileña del momento. Le dedica una obra-homenaje llena de tristeza por la muerte del literato, con pigmentos matéricos oscuros, que recuerdan a Tàpies, y un fragmento del último soneto que escribió: «Después de tanto todo para nada». Un pequeño conjunto de pinturas gira en torno a la obra literaria de San Juan de la Cruz, una de las cimas más altas de la poesía mística española en la segunda mitad del siglo XVI. Nuestro artista se acerca a la categoría de poesía visual en estas obras, pues intenta llevar a cabo un proceso de sinestesia entre el texto y la plástica. Las fuentes de estas obras radican en el Cántico espiritual (1577) y la Noche oscura del alma (1584). Son poemas destinados a transmitir la experiencia espiritual del santo, repletos de imágenes ambiguas, evocadoras de sus estados de arrobamiento místico. Para hacer más comprensibles sus versos, Juan de la Cruz añade algunos comentarios en prosa que le convierten en uno de los primeros teóricos del misticismo. Las trasposiciones plásticas de Peiró Coronado son obras de factura vibrante y una gradación de color que se va incrementando progresivamente, metáfora de la elevación del espíritu hacia la luz suprema. Existe una búsqueda de la espiritualidad en la materia pictórica para expresar la vivencia mística del poeta. Añade por collage algunos objetos que se enmarcan dentro de un simbolismo particular. El más frecuente de todos es la pluma, alegoría de la espiritualidad, eternidad y elevación. Hace referencia a la entrega espiritual y mística de San Juan de la Cruz a Dios. La obra abstracta no ha descuidado un tema característico de Peiró Coronado, cual es la erótica de la mujer. Ahora asume un aspecto mucho más simbólico y conceptual, perdiendo la referencialidad carnal anterior. Más que recrearse en los mapas erógenos del cuerpo femenino, prefiere la alegoría a través de objetos o formas que remiten al mundo íntimo de la mujer. Estas pinturas no son simplemente recreaciones corporales, sino que hay un deseo narrativo de contar o evocar una pequeña historia, relacionada con él o con personas de su entorno, o incluso utilizar el cuerpo femenino como motivo de composición plástica. Utiliza el símbolo del caracol, asociado a lo femenino por las curvas que genera el caparazón. El círculo también se asocia a la mujer por la forma circular. La concha marina se vincula a la vulva femenina, en virtud de su forma redondeada y su estructura cóncava. La historia del arte ya presenta una relación de este tipo –pensemos, por ejemplo, en El nacimiento de Venus (Sandro Botticelli, Galería de los Uffizi, posterior a 1482)–. También el psicoanálisis freudiano ofrece asociaciones de estas características. Por extensión se convierte en un símbolo más general, relacionado con la vida, el amor carnal, la fertilidad, etc. Finalmente, este amplio bloque de obra abstracta se completa con toda una serie de pinturas de carácter mucho más lúdico, cuyo único fin es el encuentro con la plástica per se. Es la riqueza plástica la que debemos apreciar fundamentalmente en estas obras pensadas para el goce sensorial. Peiró Coronado gusta de jugar con la materia, la forma y el color, inspirándose en ritmos musicales, objetos diversos o simples sensaciones intuitivas que tienen su oportuna transposición al campo pictórico. Quizá estas obras sean las que mejor puedan ser calificadas de divertimenti, en el sentido de explorar las posibilidades del espacio con una intención lúdica de investigar equilibrios y combinaciones formales, cromáticas y matéricas sobre la superficie del lienzo. Si afloran elementos icónicos, lo hacen de una manera muy sutil y solapada, buscando un concepto más genérico de expresión que se concreta en títulos como: Composición voluptuosa (1983), Sensible orden poético (1996-2002), Introducción al acto creativo (2001), etc. Mención especial merecen algunas obras de estas características que están inspiradas en el mundo de la música. No debemos olvidar que Peiró Coronado es un hombre aficionado al arte iluminado por Terpsícore y que lo ha llegado a practicar en algunas etapas de su vida. Ha buscado sus fuentes de inspiración en piezas musicales concretas, intentando trasladar al lienzo, mediante el conocido procedimiento de sinestesia, la emotividad que su audición le provocaba. No obstante, donde más ha insistido es en el tratamiento de los sonidos como ingredientes pictóricos, traduciendo sus vibraciones en cromatismos, formas y texturas. Le interesa la gama variada de la instrumentación sinfónica con sus tonos y timbres tan diferentes. Es un material previo a la composición que él traslada al campo pictórico, buscando los zigzagueantes cambios de ritmo que tienen su oportuna transposición pictórica en el lenguaje gestual. Los resultados son de una gran plasticidad por su rebosante colorido, logrado dinamismo y riqueza formal.